Para quién es peligrosa la calle.
Nada más atractivo que ese espacio. La seducción de la calle como espacio libre, no reglado, era y sigue siendo signo de un permiso especial para refractar en espejo un mundo lleno de tensiones desgarradoras.
Siempre será un espacio que vale pena recorrer.
Allí se condensa la expresión del sujeto social en lo público, donde coexisten lo más profundo y, a la vez, lo más infinitamente volátil de una sociedad produciéndose a sí misma.
Pero qué dificultoso resulta hablar de ella en estos tiempos en que los intereses de algunos operan con virulencia para hablarla como un lugar a evitar, por los peligros que encierra. Y casualmente decimos "encierra", en el sentido de haber provocado en la memoria colectiva una verdadera "encerrona". Estamos atrapados en la idea de ver en ella sólo lo peligroso, y si de niños molestos y atrevidos se trata, aún más peligrosa.
Los adultos estamos asustados porque resistimos que aparezca la capacidad de asombro e indignación cuando un joven en la calle se presenta ante nosotros como una amenaza. Ese joven sólo refleja nuestra incapacidad para comunicarnos con él, y desviste en el enojo que nos molesta.
Por lo tanto, la calle con sus cargas simbólicas es un dispositivo desintoxicante extraordinario para mirarnos como sociedad. Pero de eso hay que hacerse cargo.
Los pibes han promovido hasta programas estatales para buscarles un lugar instituido, pero rara vez se los incluye en una historia que les permita reconocer otro modo de estar en la sociedad con menos riesgos.
Por eso decimos que los pibes no son peligrosos, ni la calle su plataforma de despegue a la delincuencia. Insistiremos en recuperar ese espacio público como un lugar vital para encontrarnos con los pibes. Y desde el gesto esmerado, atemperado, le comuniquemos que estamos allí para cuidarlos.
Será la única manera de tonificar las redes de contención. Cada uno sumando una mirada plena de sentido humano. Tantos años de abandono e indiferencia no nos iban a salir gratis. Hoy los pibes están como pueden en la calle, pero de ninguna manera son la violencia originaria, son las víctimas de tanto silencio y ocultamiento.
Un vidrio polarizado, una arremetida cáustica en el semáforo, la "disputa" de una preventa para ir a bailar a lugares inaccesibles, la discriminación de otros que señalan por el aspecto a los elegidos encierran hostilidad y maltrato. Pero sólo se ven pibes atrevidos. ¡Qué paradoja!
Definitivamente, se trata de un problema de inclusión que no están asumiendo las políticas públicas en el marco de la corresponsabilidad que plantea la Ley 13298.
Comisión de Protección de Derechos de la Niñez (Daniela Martínez Rizzo, Andrea Fortino, Graciela Gómez, Mirta Rivero, Carmen Gutiérrez, María José Cano)
Siempre será un espacio que vale pena recorrer.
Allí se condensa la expresión del sujeto social en lo público, donde coexisten lo más profundo y, a la vez, lo más infinitamente volátil de una sociedad produciéndose a sí misma.
Pero qué dificultoso resulta hablar de ella en estos tiempos en que los intereses de algunos operan con virulencia para hablarla como un lugar a evitar, por los peligros que encierra. Y casualmente decimos "encierra", en el sentido de haber provocado en la memoria colectiva una verdadera "encerrona". Estamos atrapados en la idea de ver en ella sólo lo peligroso, y si de niños molestos y atrevidos se trata, aún más peligrosa.
Los adultos estamos asustados porque resistimos que aparezca la capacidad de asombro e indignación cuando un joven en la calle se presenta ante nosotros como una amenaza. Ese joven sólo refleja nuestra incapacidad para comunicarnos con él, y desviste en el enojo que nos molesta.
Por lo tanto, la calle con sus cargas simbólicas es un dispositivo desintoxicante extraordinario para mirarnos como sociedad. Pero de eso hay que hacerse cargo.
Los pibes han promovido hasta programas estatales para buscarles un lugar instituido, pero rara vez se los incluye en una historia que les permita reconocer otro modo de estar en la sociedad con menos riesgos.
Por eso decimos que los pibes no son peligrosos, ni la calle su plataforma de despegue a la delincuencia. Insistiremos en recuperar ese espacio público como un lugar vital para encontrarnos con los pibes. Y desde el gesto esmerado, atemperado, le comuniquemos que estamos allí para cuidarlos.
Será la única manera de tonificar las redes de contención. Cada uno sumando una mirada plena de sentido humano. Tantos años de abandono e indiferencia no nos iban a salir gratis. Hoy los pibes están como pueden en la calle, pero de ninguna manera son la violencia originaria, son las víctimas de tanto silencio y ocultamiento.
Un vidrio polarizado, una arremetida cáustica en el semáforo, la "disputa" de una preventa para ir a bailar a lugares inaccesibles, la discriminación de otros que señalan por el aspecto a los elegidos encierran hostilidad y maltrato. Pero sólo se ven pibes atrevidos. ¡Qué paradoja!
Definitivamente, se trata de un problema de inclusión que no están asumiendo las políticas públicas en el marco de la corresponsabilidad que plantea la Ley 13298.
Comisión de Protección de Derechos de la Niñez (Daniela Martínez Rizzo, Andrea Fortino, Graciela Gómez, Mirta Rivero, Carmen Gutiérrez, María José Cano)
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